miércoles, 5 de abril de 2017

TRIDUO PASCUAL

Juan Carlos Moreno Almenara
 

Se extiende desde la tarde del Jueves Santo hasta la tarde del Domingo de Pascua, es la culminación de todo el año litúrgico. Comienza con la misa vespertina de la Cena del Señor, alcanza su punto más alto en la Vigilia de Pascua, y se cierra con la oración de la tarde del Domingo de Pascua.
 
El Triduo Pascual es el periodo de tiempo en el que la liturgia cristiana y católica conmemora la pasión, muerte y resurrección de Jesús de Nazaret y constituye el momento central de la Semana Santa y del Año Litúrgico. En la liturgia católica comprende desde la hora nona (15 horas) del Jueves Santo, que es cuando concluye el tiempo de cuaresma, hasta la madrugada del Domingo de Pascua, en que empieza el tiempo pascual.


JUEVES SANTO

Se rememora la Ultima Cena de Jesús con los Apóstoles, la Agonía y Oración en el huerto de los olivos, la traición de Judas y el prendimiento de Jesús. En este santo día el Señor instituyó los sacramentos de la Eucaristía y del Orden Sacerdotal y nos dio a conocer un mandamiento nuevo, “el Mandamiento del Amor”. El Jueves Santo es el Día del Amor Fraterno.
 La liturgia gira toda en torno al recuerdo de la redención, se caracteriza por su gran solemnidad y su ambiente festivo pero sobrio pues no podemos olvidar que el día siguiente es el día de la Pasión del Señor.
 Antiguamente se caracterizaba por la función de tres misas: la primera, muy de mañana, en la que se reconciliaba a los fieles que hacían penitencia pública, la segunda, sobre el medio día, en la cual se consagraban los Santos Óleos y el Santo Crisma, de ahí que hoy día se la conozca por Misa Crismal  y la tercera, por la tarde, para conmemorar muy especialmente la institución de la Sagrada Eucaristía en la Última Cena, en la que se realiza el Lavatorio de los pies como señal de humildad, de servicio y entrega a los demás.
Finalmente ya de noche, rayando el día siguiente la Hora Santa en la que se adora el Santísimo Sacramento.

 La Misa Crismal  es una manifestación de la comunión existente entre el obispo y sus presbíteros en la que se hace renovación de las promesas sacerdotales y del compromiso de fidelidad con el ministerio de Jesucristo, se celebra por lo común en la catedral de cada diócesis. En ella se consagran los Santos Oleos, que durante todo el año se utilizarán en los  sacramentos de la Unción de Enfermos o extremaunción, el “Oleo de los Enfermos” y en el sacramento del Bautismo el “Oleo de los Catecúmenos”, y el Santo Crisma que es usado en los sacramentos del Bautismo y Confirmación, también es usado en la ordenación de obispos y presbíteros, en la dedicación de los nuevos templos y en la consagración de los nuevos altares, la unción con el crisma representa la plena difusión de la gracia. Como su nombre indica es aceite de oliva que simboliza la fortaleza, al Crisma se le añade una pequeña cantidad de bálsamo, hecho de resinas aromáticas, cuyo perfume representa el suave olor de la vida cristiana. Con la celebración de esta misa se pone fin a la cuaresma para dar paso a la conmemoración propiamente dicha de la pasión, muerte y resurrección del Redentor.
A las tres de la tarde del Jueves Santo comienzan el Triduo Pascual, en la misa vespertina de ese día se conmemora la institución de los sacramentos de la Eucaristía y del Orden Sacerdotal por Nuestro Señor Jesucristo en la Última Cena.

 
Este día en el templo, el Sagrario, situado en un lugar distinto a donde se encuentre habitualmente, generalmente en una capilla anexa o próxima al altar mayor, donde se erige el Monumento, debe presentarse con la puerta abierta y vacío en espera de la finalización de la eucaristía; el altar donde se celebrara la santa misa debe estar revestido con manteles y adornado con cirios encendidos, exento de todo adorno floral, éstas se reservan solo para el Monumento; no se permite encender velas ante las imágenes de la Virgen y de los Santos que se encuentren distribuidos en los otros altares; el coro canta ese día sin instrumentos musicales, se usa la carraca para la consagración en vez de las campanillas y se omiten los ritos finales de despedida.

La Santa Misa de la Cena del Señor se inicia con la entrada procesional de acólitos y oficiantes que irán revestidos con vestiduras   blancas, color litúrgico del día, acompañados de canticos enfocados a la celebración de la institución del sacramento de la Eucaristía. Durante la celebración se vuelve a cantar de nuevo el “Gloria” a la vez que se tocan las campanas, que no volverán a sonar hasta la Vigilia Pascual para anunciar la resurrección del Señor. Las lecturas de ese día versan, la primera del Antiguo Testamento sobre las prescripciones de la cena de la pascua judía contenidas en el libro del Éxodo, la segunda del Nuevo Testamento, la primera carta de San Pablo a los corintios “Cada vez que coméis de este pan y bebéis de este vino…” y el salmo responsorial “El  cáliz que bendecimos es la comunión con la sangre de Cristo”. Entre la homilía y el ofertorio, en lugar del Credo, el lavatorio para recordar el gesto que Cristo hizo antes de la última cena con sus discípulos en el que instituyó el sacramento del Orden Sacerdotal “El que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor, y el que quiera ser primero entre vosotros, que sea vuestro esclavo. Igual que el Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan sino para servir y dar su vida en rescate de muchos” (Mt. 20, 26-28), mientras se realiza este acto, símbolo del servicio de Jesús, se entona un cántico con el Mandamiento Nuevo del Amor, entregado por el Señor en esa noche santa, símbolo de su infinito amor por la humanidad.


Finalizado éste, la celebración continúa con la liturgia eucarística de la forma acostumbrada, una vez repartida la comunión, el Santísimo Sacramento se traslada en procesión desde el altar mayor al altar de la reserva o monumento, mientras se entona algún himno eucarístico como el “Pange Lingua”. El sacerdote deposita el copón cubierto con el canopeo dentro del sagrario de reserva y puesto de rodillas lo inciensa, se queda unos instantes orando en silencio, antes retirarse cierra el sagrario, hace una genuflexión y se retira a la sacristía en silencio acompañado por los acólitos y ministros, no se imparte la bendición. Pasados unos minutos se celebra un sencillo acto de demudación de los altares, en el que el sacerdote y ministros, revestidos únicamente con una estola morada, retiran candeleros y manteles de todos los altares de la iglesia.

 A partir de este momento y durante toda la noche y la mañana del día siguiente se mantiene la adoración del Santísimo Sacramento en el “Monumento”, celebrándose la llamada “Hora Santa” en torno a la media noche, abriéndose un tiempo de vigilia y oración con el que respondemos a las palabras de Jesús en el monte de los olivos “velad y orad para no caer en la tentación” (Mt. 26, 41). Ésta consiste en una oración breve, profunda, meditativa, de alabanza,  gesto que anuncia la Pascua que se acerca, en ella se rememora la Agonía de Jesús en el Huerto de Getsemaní, la traición de Judas y el prendimiento del Señor, sobre las que versarán las lecturas evangélicas. Consta de una monición de entrada seguida de un canto; hasta cuatro momentos con la misma estructura que constan, de una oración introductoria, una lectura del evangelio seguida de un profundo silencio,  salmo, silencio, y canto, seguido de otra oración que finaliza el momento, o una reflexión o una petición de acción de gracias; para terminar una oración de petición o preces, se recita el “Padre Nuestro” seguido de un canto, se hace una consideración final y se acaba con la bendición de los fieles asistentes.   
  
VIERNES SANTO

Llamado también de “parasceve” (preparación para la Pascua) es un día de duelo por la muerte del Hijo de Dios hecho hombre en la cruz, por eso ese día no se celebra la eucaristía y toda la liturgia gira en torno al Misterio de la Cruz y lo que ésta representa. Es un día de luto, pero también de esperanza, en espera de la resurrección anunciada por el Salvador. Es el día del recuerdo solemne de la Pasión, Jesús muere en la cruz para redención del género humano, desde entonces la Cruz de Cristo es el símbolo de la cristiandad, “para nosotros los cristianos, toda nuestra gloria está en la Cruz de Nuestro Señor Jesucristo”.

En muchos lugares por la mañana del Viernes Santo, al igual que al día siguiente, suelen hacerse retiros espirituales y los sacerdotes atienden a los fieles que quieren confesarse y cumplir con el sacramento de la penitencia o reconciliación.
 
Los Oficios de ese día giran en torno a la “Liturgia de la Pasión” su celebración debe hacerse después de la hora nona (tres de la tarde) pero lo más cerca posible al momento de la muerte del Redentor. Los celebrantes,  diáconos,  presbíteros u obispos visten ornamentos rojos en recuerdo de la sangre derramada por Jesucristo en la cruz, y estos últimos sin anillo pastoral ni báculo. El templo se presenta con las luces apagadas o a media luz, los altares desprovistos de manteles y adornos, y en un lateral del altar mayor se pone un pedestal donde colocar la Santa Cruz que será ofrecida a la veneración de los fieles.
 
Un solemne silencio reina durante toda la celebración litúrgica, al entrar, el sacerdote se postra ante el altar, boca abajo y con el rostro en el suelo, mientras todos los demás asistentes se arrodillan unos instantes, cuando el sacerdote se incorpora, se dirige a la sede, donde hace una oración introductoria a modo de oración colecta, para seguidamente iniciar la Liturgia de la Palabra con las lecturas del Antiguo Testamento, Salmo y Nuevo Testamento, finalizada la segunda lectura se inicia el relato de la “Pasión según San Juan”, en cuya lectura participan varias personas, correspondiendo el relato de Jesús al sacerdote, y los relatos del cronista y del Sanedrín a seglares, acabado éste, la homilía y para finalizar la Liturgia de la Palabra la “Oración Universal”, hecha con solemnidad, y en la que la iglesia pide por la salvación de todos los seres humanos. A continuación tiene lugar la veneración del “Árbol de la Cruz”, el sacerdote con la cruz velada por una tela oscura, acompañado de otras dos personas que portan cirios encendidos, se dirige a los pies del templo, desde donde en dirección al altar mayor, la irá destapando en tres etapas con la aclamación “Mirad el árbol de la cruz, donde estuvo clavada la Salvación del Mundo” a lo que los fieles responden a coro “Venid a adorarlo”.

 
Una vez totalmente descubierta la cruz, delante del altar y después de besarla el sacerdote, la da a besar a los fieles para su adoración, mientras se suelen cantar los “Improperios” o reproches de Jesús al pueblo “¡Pueblo mío!,¿Qué te hecho?, ¿En qué te he ofendido?, ¡Perdóname!”. Finalizada la adoración de la cruz, y en sustitución de la liturgia eucarística, ya que tanto el viernes como el sábado santos no hay consagración, pues son los únicos días del calendario litúrgico en que no hay misa debido a la muerte del Señor, se procede a revestir el altar con un mantel, se trasladan, a el mismo, las Sagradas Formas consagradas durante la Cena Pascual y reservadas en el Monumento, el presbítero celebrante invita a los fieles a rezar el Padre Nuestro como es habitual, seguidamente se reza el Cordero de Dios, aunque no se da la paz, finalizadas las oraciones se procede a distribuir la Comunión a los fieles. Durante este acto litúrgico se recoge una colecta destinada al sostenimiento de los Santos Lugares de Jerusalén, la celebración finaliza cuando, sin impartir la bendición, los celebrantes se marchan en silencio, llevando consigo las Sagradas  Formas que han quedado después de su distribución, a la sacristía, donde serán debidamente guardadas, quedando el Sagrario del Monumento abierto y vacío en señal de duelo, permaneciendo oculto el Señor hasta la Vigilia Pascual.
En algunos lugares, además de los oficios, aunque ya cerca de la media noche, tienen lugar otras ceremonias para conmemorar la muerte de Jesús,  tales como el Santo Vía Crucis, el ejercicio de las Siete Palabras que el Señor pronunció en la Cruz, o se realizan turnos de vela ante el Sepulcro, del mismo modo que la noche del Jueves Santo se hacen ante el Monumento.     
 
SÁBADO SANTO

Antes de la reforma del papa Pio XII se llamaba Sábado de Gloria, hoy queda como un día de espera, es un día de luto, se conmemoran tanto el Descenso de Cristo a los Infiernos como la Soledad de María después de depositar a su Hijo en el sepulcro, quedando la Santísima Virgen al cuidado del apóstol Juan. No hay ninguna celebración litúrgica durante el día, en recuerdo de la muerte de Jesús, a lo sumo el rezo de las horas por parte de algún clérigo con participación de fieles seglares, retiros espirituales y confesiones. El altar aparece desprovisto de paños y ornamentos, se nos muestra en toda su desnudez hasta la celebración de la Vigilia Pascual al filo de la medianoche para la celebración de la resurrección del Señor. La comunión solo puede darse como Viático, no se pueden celebrar matrimonios, ni administrar otros sacramentos a excepción de la penitencia y la unción de enfermos.
La Vigilia Pascual  conmemora la Resurrección de Jesús y tiene lugar en la madrugada del Sábado Santo al Domingo de Resurrección, el color litúrgico de la Pascua es el blanco en señal de alegría por la resurrección del Señor, para su celebración los sacerdotes y diáconos usan vestiduras de este color, aunque ese día, el más importante del año litúrgico, y debido a la gran solemnidad de la ceremonia, el celebrante suele vestir una casulla dorada.
Ésta comienza con el templo totalmente a oscuras. La Vigilia consta de cuatro partes: “la liturgia de la luz” con la que se comienza solemnemente la vigilia, en la que se prende el lucernario situado en el atrio del templo, se bendice el fuego nuevo con el que se enciende el Cirio Pascual, que simboliza a Cristo Resucitado. A continuación, se inicia una procesión hasta el altar, en la que el sacerdote lleva el cirio en alto, por la nave central, y del que los fieles irán encendiendo sus propias velas, éste a lo largo del recorrido se detendrá tres veces para cantar, cada vez en un tono más alto, “Luz de Cristo” a lo que los fieles responderán “Demos Gracias a Dios”. Llegados al presbiterio, el Cirio Pascual se coloca, bien junto al altar o bien junto al ambón donde el sacerdote lo inciensa tres veces. Seguidamente se encienden algunas luces, quedando a media luz el templo, para a continuación el celebrante iniciar el canto del Pregón pascual que proclama la gloria de la Resurrección de Cristo. 
Después del pregón se continua con “la liturgia de la palabra” en la que se realizan siete lecturas del Antiguo Testamento, intercalados con salmos o cánticos interpretados por un cantor y oraciones entre la lectura y el salmo que reza el celebrante. Leídas éstas, el sacerdote inicia la entonación del “Gloria”, al que sigue el coro acompañado de música y todos los fieles, el cual estaba ausente de las celebraciones eucarísticas desde el inicio de la cuaresma, a excepción de la Misa de la Cena del Señor, junto con el repique general de las campanas del templo, el carrillón y las campanillas de mano. A continuación se encienden las restantes luces del templo y los acólitos encienden las velas del altar tomando fuego del Cirio Pascual. Finalizado el Gloria, el sacerdote reza la oración colecta y se procede a las lecturas del Nuevo Testamento que son dos, un fragmento de la Carta a los Romanos de San Pablo, seguido de la entonación solemne del salmo del Aleluya y el Evangelio correspondiente sobre la Resurrección del Señor y la homilía.
Tras ésta se inicia “la liturgia del agua o del bautismo”,  en la que se bendice el agua de la pila bautismal con un rito especial, se cantan las Letanías de los Santos, y los fieles renuevan las promesas del bautismo, tomando de nuevo la luz del cirio pascual, el sacerdote los asperja con agua bendita.
Se continúa con  la liturgia eucarística” propiamente dicha pero de un modo solemne, la comunión ese día se realiza bajo las dos especies, acompañada con cantos muy jubilosos. Termina la Vigilia Pascual con la bendición final, a la que se añade el doble aleluya, solemnizado por el canto del “Magníficat” en señal de alegría por la Resurrección del Señor.

martes, 7 de marzo de 2017

TEMPUS QUADRAGESIMAE

 
 
“Memento homo, quia pulvises, et in pulverem revertis”
El tiempo de cuaresma es el tiempo litúrgico del calendario cristiano destinado a la preparación espiritual de la fiesta de la Pascua. En palabras del Santo Padre Francisco “La cuaresma es un tiempo de renovación para la iglesia, para las comunidades y para cada creyente. Pero sobre todo es un tiempo de gracia (2 Co 6,2)”. Se trata de un tiempo de purificación e iluminación celebrado prácticamente en toda la iglesia universal aunque con algunas variantes. Es tiempo de escucha de la palabra de Dios y de conversión, de preparación y de memoria del Bautismo, de reconciliación con Dios y con nuestros semejantes. No es un tiempo de tristeza, sino de meditación y recogimiento.
 
 
 
Su duración comprende los cuarenta días previos a la conmemoración de la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor, comienza el llamado Miércoles de Ceniza y finaliza el Jueves Santo con la celebración de la Misa Crismal en la que el obispo de cada diócesis  bendice los Santos Oleos y consagra el Santo Crisma para todo el año; le sigue la celebración del Triduo Pascual durante la Semana Santa para seguidamente dar paso a la Pascua de Resurrección. La duración de cuarenta días simboliza el retiro que Jesús hizo al desierto donde permaneció cuarenta días en oración y ayuno para pedir al Padre que le mostrara el camino que debía seguir y prepararse espiritualmente para su misión pública definitiva que iniciaría con su entrada en Jerusalén.

 
 
El tiempo litúrgico de cuaresma se fija como tal en el siglo IV, en el Primer Concilio de Nicea, celebrado en el año 325, concretamente en el  quinto canon conciliar, aunque ya en los siglos anteriores se venían realizando algunas prácticas cuaresmales como preparación a la Pascua. Se tiene noticia de la celebración de la cuaresma en oriente desde el año 340 y en Roma desde el 385, si bien en un principio su duración variaba, finalmente se fijó su duración en cuarenta días, para imitar el ayuno de Cristo en el desierto, adquiriendo así la cuaresma sentido penitencial para todos los cristianos y comenzando el llamado domingo de cuadragésima; no sería hasta el siglo VII cuando alcanzaría su configuración actual, añadiéndosele en el año 714 por el Papa Constantino cuatro días más para compensar la ruptura dominical del ayuno, comenzando desde entonces el Miércoles de Ceniza. 
 
 
 
A lo largo del tiempo de Cuaresma, los cristianos son llamados a reforzar su fe mediante la práctica de la oración, ésta debe de ser sincera, debe salir de lo más profundo de nuestro corazón, debe de servir para nuestra confortación y debe hacerse desde una actitud interior sin llamar la atención, no se trata de hablar mucho o repetir oraciones de memoria, sino que se debe orar en el sentido de escuchar a Dios, en la oración encontramos el amor de Dios y la amorosa exigencia de aceptar su voluntad; el ayuno, que consiste en realizar solamente una comida fuerte al día, de carácter obligatorio para todos los católicos desde los 18 años hasta los 59 años,  la abstinencia, que consiste en no comer carne, obligatorio en la iglesia católica desde los 14 años todos los viernes de cuaresma,  ambos ayuno y abstinencia el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo (están exentas de su cumplimiento las personas enfermas)  y la limosna que no consiste sólo en dar unas monedas o dar lo que no nos hace falta, sino en el sentido de darse y entregarse uno mismo para ayudar a quien te necesita  tal y como Cristo lo hizo por todos nosotros, para ello es fundamental amar al prójimo y amar a Dios.
 

 
 
En el presente, más que el simple ayuno corporal de alimento, se incentivan prácticas que afectan más al ayuno espiritual y a la modificación de nuestros hábitos de vida cómoda y egoísta, que repercuten negativamente en nosotros mismos, haciéndonos insensibles e inhumanos al padecimiento y las necesidades más básicas de nuestros semejantes; y más que la abstinencia de comer carne, se trata de abstenernos del placer por el placer, de abstenernos de  competir y amasar beneficios a costa de otros. Por tanto, se trata de realizar una verdadera conversión personal, que consiste en el paso del pecado a la gracia, se trata de que en este tiempo de cuaresma los cristianos nos esforcemos en realizar una profunda renovación interior de acuerdo con las enseñanzas de Jesús; y para llegar a esa comunión con Dios, la iglesia nos enseña que podemos hacerlo a través de los sacramentos de la reconciliación y de la eucaristía.

 
En la liturgia las lecturas versan sobre la conversión, el pecado, la penitencia y el perdón, es un tiempo de meditación, recogimiento, purificación e iluminación.

 
La conversión cuaresmal debe centrarse en tres ejes fundamentales:
 
- La meditación en la historia de la salvación, realizada por Dios en favor del ser humano creado a su imagen y semejanza.
 
-  La vivencia del misterio pascual como culminación de esta historia santa para convertirnos al Dios vivo y verdadero que se ha revelado plenamente en su único Hijo, Cristo Jesús y en su victoria pascual, presente en los sacramentos de su Iglesia.
 
- El combate espiritual, que exige la cooperación activa con la gracia para nacer al hombre nuevo que se aleja del pecado y que lucha por la santidad.
 
 
En la misa católica no se canta el “Gloria” al final del acto penitencial, ni el “Aleluya” antes del evangelio. El color litúrgico asociado a este período es el morado, que simboliza el duelo, la penitencia y el sacrificio, con la excepción del cuarto domingo llamado de “laetare” que se usa el color rosa como atenuante del morado y el domingo de Ramos que se usa el color rojo. En el  lugar de celebración, el templo, se debe buscar la mayor austeridad posible, tanto para el altar, el presbiterio, como para los demás lugares y elementos del mismo, durante este tiempo se suprimen los adornos florales, o se reducen a la mínima expresión posible, y todo ornato innecesario que de sensación de opulencia, e incluso la música instrumental, que puede ser sustituida por el canto gregoriano, mucho más austero, todo ello con el fin de ayudar a captar el sentido penitencial y de paso hacia la Pascua que tienen las celebraciones de este ciclo. Debiendo en todo momento manifestarse una total coherencia entre la liturgia y las diversas expresiones de la piedad popular.
 
 
La costumbre de imponer la ceniza se practica en la iglesia desde sus orígenes. En la tradición judía, el hecho de rociarse la cabeza con cenizas era practicada para reflejar el arrepentimiento por los pecados cometidos y manifestaba la voluntad de conversión. En el Antiguo Testamento la ceniza simboliza dolor y penitencia. La ceniza es un signo de humildad, nos recuerda lo que somos, es un signo de la fragilidad del ser humano, de la facilidad con que caemos en la tentación del pecado, de la brevedad de la vida y al recibirla los cristianos reconocemos nuestra limitación.
 
 
En la Iglesia Católica el Miércoles de Ceniza, el anterior al primer domingo de Cuaresma, el sacerdote después de la homilía bendice la ceniza, resultante de quemar los ramos de olivos o de palma bendecidos el año anterior, y realiza el gesto simbólico de la imposición de ceniza marcando con ella una cruz en la frente y recitando una de estas dos expresiones: “Arrepiéntete y cree en el evangelio” (Mc 1, 15) o “Acuérdate de que eres polvo y al polvo has de volver” (Gén 3, 19). Ésta simboliza la transitoriedad de esta vida frente a la vida eterna que nos ofrece Dios en su infinita misericordia, la pequeñez y liviandad del ser humano frente a la inmensidad de la Creación y que la destrucción del pecado es posible si nos lo proponemos, reducido a cenizas, por la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo Jesús. En circunstancias especiales, cuando no hay sacerdote, se puede hacer sin misa, pero siempre dentro de una celebración de la palabra.
 
 
 
Prácticamente la cuaresma abarca un total de seis semanas con sus respectivos domingos, cada uno de ellos con una denominación y características propias:
 
El primero llamado de “Invocabit” por la primera palabra del introito de la misa de ese día, el introito es el salmo con su antífona  que se canta en la procesión de entrada de la misa dominical, el día del Señor, es también  conocido por “domingo de las tentaciones” por la lectura del Evangelio en la que se narra las tentaciones que sufrió Cristo en su retiro en el desierto. En la edad media en Roma era conocido popularmente como el “domingo de antorchas” pues ese día los jóvenes romanos que habían cometido excesos durante el pasado carnaval acudían con antorchas encendidas a la iglesia estacional para pedir la penitencia.

 
El segundo llamado de “Reminiscere” por la primera palabra del introito de la misa de ese día, es conocido también por el “domingo de la transfiguración” por la lectura del evangelio en que se narra la transfiguración del Señor en el monte Tabor “y su rostro resplandecía como el sol y sus vestidos se volvieron blancos como la luz”.
 
El tercero llamado de “Oculi” por la misma razón que los anteriores, era conocido también por el “domingo de los escrutinios” pues ese día comenzaba el examen y se hacían públicos los escrutinios de aquellos catecúmenos que iban a ser bautizados en la noche de Pascua.

 
El cuarto domingo marcaba la mitad de la cuaresma y era denominado de “Laetare” también por la primera palabra del introito de la misa “Laetare Ierusalem / Alégrate Jerusalén ”, es conocido también como el “domingo de los cinco panes” por la lectura del Evangelio, en el que se narra el milagro de la multiplicación de los panes y los peces, este día la penitencia se atenúa, se usa el color rosa en las vestiduras litúrgicas, se pueden usar flores en la ornamentación del altar y se puede tocar el órgano en los cantos de la celebración eucarística. Aunque el rito característico de este domingo es la bendición de la “rosa de oro”, que efectúa en Roma el mismo Sumo Pontífice. Data del siglo X y viene a ser como un anuncio de la proximidad de la Pascua Florida. El Papa además de bendecirla, la unge con el Santo Crisma y la espolvorea con polvos olorosos conforme al uso tradicional, para finalmente regalarla a quien quiere honrar o distinguir. Místicamente, la rosa de oro, representa a Jesucristo Resucitado tal y como lo explican los discursos pronunciados por los Papas en la ceremonia, antiguamente ésta se celebraba en San Juan de Letrán, desde donde el pontífice llevaba, en procesión, la rosa de oro hasta la basílica de la Santa Cruz en Jerusalén donde era depositada; hoy día se hace todo en San Pedro del Vaticano. 

 
El quinto, llamado de “Passionis”, en el que la iglesia nos invita a que consideremos de un modo especial los sufrimientos de Jesucristo, también llamado de “Iudica” por el introito de la misa “Hazme justicia ¡Oh Dios!” en el que el Mesías implora el juicio de Dios en prueba de su santidad y como protesta de la sentencia que han de pronunciar contra Él los hombres. Jesús tuvo que huir y esconderse de los que le perseguían, pues aún no había llegado el tiempo en que se habrían de cumplir las escrituras. En este día se suelen velar el altar, la cruz y las imágenes del templo en señal de la ocultación del Salvador.  
 
El sexto denominado “In palmis”, más comúnmente llamado domingo “de Ramos” en el que las principales ceremonias del día consisten en la bendición de las palmas y ramos, la procesión, la misa y durante la misma la recitación del “Canto de la Pasión”. Las palmas simbolizan la victoria sobre la muerte y las ramas de olivo el advenimiento de la unción espiritual por medio de Cristo. El sacerdote oficiante revestido con casulla roja, color litúrgico de ese día, recita varias oraciones que hacen referencia a la paloma que trajo de vuelta la rama de olivo al arca de Noé y a la multitud que saludó al Señor en su entrada triunfal en Jerusalén, rocía las palmas y los ramos de olivo con agua bendita, las inciensa, y pide a Dios, con otra oración, que las bendiga y con su mano derecha expulse todas las adversidades y proteja todos los lugares donde sean llevadas y así bendiga y proteja a todos los que habitan en ellos; después las distribuye entre los fieles mientras se canta el “Pueri Hebraeorum / Los niños hebreos…”, sigue la procesión del clero y el pueblo portando las ramas bendecidas, mientras se cantan varias antífonas salen fuera rodeando el templo, al entrar de nuevo se canta el himno “Gloria Iaus et Honor / Gloria alabanza y honor..” y se celebra la misa, cuya característica principal es la lectura del canto de la Pasión según San Mateo, dando paso a la Semana Santa.

 
Durante el tiempo cuaresmal, solo se celebran un máximo de cuatro festividades: San Cirilo y San Metodio (14 de febrero); la Cátedra de San Pedro (22 de febrero); San José (19 de marzo) y la Encarnación del Señor o Anunciación (25 de marzo). En la manera de celebrar estas solemnidades  no se debe dar la impresión de que la Cuaresma se interrumpe, sino que deben inscribirse en la espiritualidad y la dinámica de este tiempo litúrgico.

lunes, 20 de febrero de 2017

ATRIBUCIÓN DEL CRISTO DE LA YEDRA DE ÉCIJA (SEVILLA) A LA GUBIA DEL ESCULTOR ALONSO DE MENA

Maudilio Moreno Almenara
 
En un viaje que realizamos hace un par de años a Écija pudimos comprobar la altísima calidad de su imaginería religiosa. Una de las que más llamó nuestra atención fue el Santísimo Cristo de la Yedra, un Crucificado de la primera mitad del siglo XVII que viene atribuyéndose a Juan de Mesa, que como sabemos trabajó en la provincia de Sevilla durante estas fechas. No en vano existen crucificados salidos de su gubia en Osuna y Las Cabezas de San Juan, aparte de por supuesto la capital hispalense, depositaria principal de su obra.  
 
Desde el primer momento pensamos que dicha atribución carecía de fundamento artístico, y no porque la imagen no tenga la calidad suficiente como para estar en la panoplia gestada por el extraordinario escultor cordobés, sino porque su estilo no está presente en este soberbio crucificado.
 
Un simple repaso comparativo con obras de Montañés, Ocampo o Juan de Mesa, nos aclara bastante sobre las divergencias visibles entre esta magnífica obra y algunas de las más señeras obras de los clásicos “hispalenses”.
 
Comenzaremos con Montañés y su soberbio Cristo de los Cálices.  
 
A continuación lo comparamos con Francisco de Ocampo y el Santísimo Cristo del Calvario, otra obra de inusitada calidad.  
 
En ambos casos comprobamos que ambos muslos quedan más al aire que en el Cristo de la Yedra de Écija, quedando el paño “colgado” hacia el lado opuesto.
 
Por último, y de acuerdo con la atribución expresada al comienzo de estas páginas lo comparamos con obras señeras de Juan de Mesa, como el Santísimo Cristo del Amor de Sevilla, que guarda gran parecido con el de la Cofradía del Calvario.  
 
Una de las imágenes cumbre de Juan de Mesa es el Cristo de la Agonía de Vergara.  
 
O también el Santísimo Cristo de la Buena Muerte de la cofradía hispalense de los Estudiantes.  
 
En esta ocasión vemos una mayor variabilidad en los perizomas de Juan de Mesa, caracterizados, no obstante, por su intenso barroquismo y por un virtuosismo fuera de lo común. Se observa una intencionalidad clara en dejar prácticamente expedita una de las caderas, detalle que alcanza su cénit en el singularísimo Cachorro de Triana de Francisco Antonio Ruiz Gijón.
 
Tras este primer repaso comprobamos que poco tiene que ver, especialmente el perizoma de estas imágenes, con la del Cristo de la Yedra. Es por ello que optamos por compararlo con otros coetáneos a estos grandes escultores de la escuela sevillana de escultura, pero de la granadina.
 
Aunque en principio pueda parecer arriesgada esta opción, existen numerosas obras de la escuela granadina que inunda ciudades de la Andalucía Occidental como la propia Osuna, Córdoba, Baena, o la mismísima Écija, lugar en cuya iglesia del Carmen se conserva un magnífico busto de los hermanos García.
 
Animados por este reto nos pusimos manos a la obra para comparar esta pieza con la producción de uno de los más afamados escultores activos en esta primera mitad del siglo XVII en Granada, nos referimos a Alonso de Mena, padre de Pedro de Mena.
 
Así, comenzamos a analizar su soberbio paño de pureza o perizoma, uno de los detalles en los que pueden apreciarse con mayor claridad “la firma” de un imaginero barroco. Iniciamos este recorrido comparativo con el denominado Cristo de los Parrilla de Priego, con el que guarda una gran similitud. Dos sobrantes de tela con caída lateral “escoltan su cintura”, cordón lacerante y pliegue de sujeción que lo cubre bajo el ombligo. El resto del paño cae de forma doble: la pierna izquierda queda cubierta hasta la parte inferior del muslo en curva, sin embargo el de la pierna derecha queda visible hasta casi la cintura y a su lado pende el resto del ropaje anudado.  
 
Si seguimos con esta comparativa nos encontramos con más ejemplos similares, aquí los vemos con otra imagen de un crucificado de Adra (Almería).  
 
Otro ejemplo lo tenemos en el crucificado de la parroquia de la Asunción de Carcabuey (Córdoba).  
 
Otro paño similar es el del Cristo del Desamparo de Madrid.
 
Por último, y por no ser excesivamente exhaustivos, lo comparamos con este otro del crucificado de la Catedral de Málaga.  
 
Es evidente que cada uno de ellos resulta diferente en detalle aunque derivan de una misma composición, en concreto un modelo acuñado por el maestro de Alonso de Mena y Juan Martínez Montañés, Pablo de Rojas. Aquí lo vemos en el soberbio crucificado de la sacristía de la catedral de Granada.  
 
Si la comparación de este perizoma del Cristo de la Yedra de Écija ya nos remite con claridad a la firma del escultor granadino Alonso de Mena, podemos intentar comparar algunos detalles de la anatomía, que también permiten ofrecernos claves sobre su posible atribución. En esta ocasión seguiremos buscando concomitancias entre el Santísimo Cristo de la Yedra de Écija con otras imágenes del crucificado salidas del taller de Alonso de Mena. Repararemos en el tratamiento del tórax, siendo habitual que el escultor granadino señalara con mucha intensidad la arquitectura ósea de esta parte de la anatomía humana, especialmente las costillas y el “marco” de los músculos abdominales. Lo comparamos con el Cristo de la catedral de Málaga, Desamparo de Madrid y Hospital Real de Granada a continuación para comprobar este detalle.  
 
No debemos reparar en exceso en las policromías, pues sabemos que a menudo éstas eran aplicadas por personal del taller o por pintores profesionales, pudiendo diferir unas de otras. Ahora lo comparamos con el crucificado de Adra (Almería) y dos de Carcabuey (Córdoba): 
 
 
Con esta comparativa, ya podemos apreciar unas similitudes evidentes tanto en el perizoma como en la anatomía del tórax.
 
En cuanto al tratamiento de la cabeza, pelo y especialmente la barba, si bien no hay lógicamente dos iguales, sí que se aprecia un mismo estilo, con perilla en la barba cuadrangular alargada, dividida en dos rizos casi simétricos:  
 
Este detalle de la barba está también presente en otras obras del escultor, como en el Cristo de la Columna de la cofradía de la Vera Cruz de Priego (Córdoba):  
 
Por tanto, el cúmulo de concomitancias que hemos venido analizando entre imágenes salidas de la gubia del maestro granadino con el Cristo de la Yedra de Écija permiten asignar más adecuadamente, a nivel de atribución y hasta que no se localice un documento que lo acredite, al escultor granadino Alonso de Mena, que tuvo una producción extensísima, con altibajos propios de su dilatada obra y al concurso obligado de sus oficiales de taller. 
 
 
En este caso, sin embargo, se trata de una de sus probables obras personales más logradas, por la magnífica calidad de la imagen. Es probable que sabedor como era del inusitado prestigio de la escuela sevillana, y conocedor del destino de su obra, quisiera subir varios peldaños en la composición y detallismo de este soberbio crucificado, legándonos una de sus mejores obras. 
 
 
Tal es así, que la atribución tradicional al escultor Juan de Mesa dejaría meridianamente claro el esfuerzo de Alonso de Mena por “poner una pica en Flandes”, adaptarse a los gustos de la otra gran escuela andaluza, aprovechando así un encargo de este tipo en plena provincia de Sevilla y su arzobispado. Esta capacidad de adaptación habría servido para a nuestro juicio que esta obra haya pasado como de escuela sevillana.  
 
Una imagen, en definitiva, que refleja la competitividad de ambos núcleos de escultores de prestigio y la existencia de provincias intermedias que en mayor o menor medida se nutrieron de ambas influencias, como son las de Córdoba (donde existen obras de Pablo de Rojas, Alonso de Mena, los Mora o Pedro de Mena, de la escuela granadina, como de Juan de Mesa o de Roldán, de la sevillana). Algo parecido ocurrió en la provincia de Jaén, en cuya catedral trabajó tanto Alonso de Mena como Roldán.
 
La ciudad de Écija no debió ser ajena a este vaivén de obras de ambas escuelas, lo que no hizo sino servir de inspiración, como en otros lugares, para posteriores creaciones de artistas locales o comarcales.
 
En Andújar también recogimos parte de estas influencias. A la Inmaculada de Alonso de Mena que estuvo en el convento de San Francisco, hemos de añadir las imágenes de los Mora de la cofradía de los Dolores del Carmen. También aquí casó el retablista Antonio Primo, en la iglesia de San Bartolomé (FRÍAS, .....) dejando alguna de su obra. Obras de Sebastián de Solís están documentadas, otras como las atribuciones a Montañés, en concreto la de nuestra imagen de Jesús Nazareno, no sabemos si fruto del cariño que los andujareños le tuvieron y la alta consideración del escultor alcalaíno o finalmente ciertas. Ni tenemos documentos, ni tampoco fotografías de nuestro antiguo titular.
 
En cualquier caso, Andújar, por su doble condición de ciudad geográficamente de paso, en el camino hacia Sevilla, bañada como aquélla por el Guadalquivir, y no obstante, inserta “administrativamente” en el arzobispado de Granada y en concreto en el obispado de Jaén, debió ser también, un crisol de influencias durante el Barroco.

martes, 3 de enero de 2017

TEMPUS NAVITATIS SALVATORIS MUNDI

Juan Carlos Moreno Almenara
Hermano Mayor de Cofradía de la Santa Vera-Cruz, de Andújar
 
“Y mientras estaban allí (en Belén) le llegó el tiempo del parto y dio a luz a su Hijo Primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no tenían sitio en la posada”.
Fotografía de nuestro hermano Maudilio Moreno Almenara
 
“Y Dios se hizo hombre y habitó entre nosotros”.
 
En el tiempo de Navidad los cristianos celebramos el misterio de la manifestación del Señor; su humilde nacimiento en Belén de Judá, su primera venida a este mundo, para redimir a la humanidad de la esclavitud del pecado, expresión del infinito amor de Dios Padre por los seres humanos.
El Santísimo Nombre de Jesús entronizado en nuestra Casa de Hermandad
en la Navidad del año 2010, antes de ocupar su lugar en el retablo del
Señor de la Columna en nuestra parroquia.
 
Su duración abarca desde las vísperas del día 25 de diciembre hasta el primer domingo después de la Epifanía, llamado también domingo de septuagésima, entre dos y tres semanas.
Se desconoce la fecha histórica del Nacimiento de Jesucristo, aunque algunos escritores sagrados y profanos a partir de Clemente de Alejandría (150-215) la han hecho oscilar entre el 17 de diciembre y el 29 de mayo. A principios del siglo II empezó a celebrarse en el Oriente en los primeros días de enero y con preferencia el día 6, la fiesta de la Epifanía o de las diversas manifestaciones del Señor, o sea, su Nacimiento, la Adoración de los Reyes y su Bautismo, fiesta que se había impuesto, para el siglo IV, en casi toda la Iglesia universal.
Cofrades de la Santa Vera-Cruz, de Andújar, durante la solemnidad de
San Juan Evangelita, en el año 2016, visitando la Casa-Hermandad
de la Cofradía Matriz de la Stma. Virgen de la Cabeza.
 
En la antigua Roma las celebraciones de Saturno durante la semana del solsticio de invierno eran el acontecimiento social principal y llegaban a su apogeo el 25 de diciembre con la fiesta del nacimiento del Sol Invicto. Como en las sagradas escrituras no se recogía la fecha del nacimiento de Cristo, el Papa Julio I en el año 350 desglosó de la fiesta de la Epifanía  la memoria del Nacimiento de Cristo, verdadero Sol de justicia, y la trasladó para la Iglesia latina a esa misma fecha con el fin de hacer más fácil la conversión de los romanos al cristianismo sin necesidad de abandonar sus festividades. Finalmente sería el Papa Liberio quien en el año 354 decretaría el 25 de diciembre como el día del nacimiento de Jesús de Nazaret. Hacia el año 375, San Juan Crisóstomo la implantó en Antioquía de donde pasó a Constantinopla, la primera mención de un banquete de Navidad en tal fecha en esta ciudad data del año 379, bajo Gregorio Nacianceno; poco después llegaría a Jerusalén y no sería hasta ya entrado el siglo V, por el año 430, cuando la fiesta del Nacimiento de Jesús alcanzó Alejandría , de donde se extendió por toda la Iglesia de oriente.
La Navidad es un periodo de tiempo que discurre, ininterrumpidamente, en torno al pesebre de Belén, en el que la Iglesia contempla y celebra al Divino Niño Jesús, las primeras y solemnes manifestaciones del mismo a los hombres y la alegría y excelencias de la maternidad de María.
La Sagrada Familia entre sus banderas y encumbrada sobre
el dosel de cultos de nuestra Cofradía durante la Navidad del año 2016.
 
Del relato evangélico de Lucas (Lc 2, 1-21) se deduce que Jesús nació en la humildad de un establo, en el seno de una familia pobre; unos sencillos pastores son los primeros testigos de tan excepcional acontecimiento, son primicia de Israel que acoge al Salvador, y es en esa pobreza donde se manifiesta la Gloria del Cielo, el Hijo de Dios, que se solidariza con los pobres porque “siendo rico se ha hecho pobre” para así enriquecernos en el espíritu “por medio de su pobreza” (Cor 8,9), y se ha hecho hombre por nosotros los hombres y por nuestra salvación.
Es precisamente en un clima de sencillez, de humildad, de pobreza, de confianza en Dios y de solidaridad en el que viene a nacer el “Enmanuel” (Dios con nosotros), valores que se esconden en el misterio de la Navidad, aunque no son los únicos.
Nacimiento del Niño Dios, que cada año don Miguel Martínez
recrea en los salones parroquiales de la Divina Pastora, de Andújar (Jaén).
 
 Alegría y paz, los ángeles anuncian  a los pastores que ha nacido el Salvador del Mundo, “el Príncipe de la Paz” y cantan con alegría el deseo de paz “Gloria a Dios en el Cielo y en la tierra paz a los hombres que Él ama”, símbolos de la alegría y paz mesiánicas a las que aspira el ser humano.
 
El valor sagrado de la vida, acontecimiento que se realiza en el parto de toda mujer y que en el de María ha hecho visible y posible que el Verbo de la Vida haya venido a los hombres; y el más importante de todos y sin el cual nada sería posible, pues de él surgen todos los demás dones y valores, el amor infinito de Dios, “Tanto amó (el Padre) al mundo que nos ha dado a su Hijo único” (Jn 3,16).
 
“Hacerse niño” con relación a Dios es la condición para entrar en el Reino (Mt 18, 3-4), para eso es necesario hacerse niño, como Jesús en el pesebre; más todavía, es necesario “nacer de Dios” para hacerse hijos de Dios (Jn 1, 12-13). El misterio de la Navidad se realiza en nosotros cuando Cristo “toma forma” en nosotros (Ga 4, 19). Como afirmaban los santos padres la Navidad es el misterio por el que el Verbo de hace carne para que el hombre pueda ser Hijo de Dios. El creador del género humano, tomando cuerpo y alma, nace de la Virgen María y, hecho hombre sin concurso de varón, por obra del Espíritu Santo, nos da parte de su divinidad.
 
Fotografía de nuestro hermano Jorge Rodríguez Toribio
 
La fiesta litúrgica de la Navidad se caracteriza por el uso del color blanco, por la celebración de tres misas y la celebración nocturna de maitines y laudes, antes y después respectivamente de la primera misa. Ésta  hoy día se suele celebrar a media noche, pero primitivamente en Roma lo era “ad galli cantum” al canto del gallo y conmemoraba el nacimiento del Hijo de Dios en Belén, el canto litúrgico típico de esta misa es el “Gloria in Excelsis”, entonado un día, en ese mismo momento, por los ángeles del cielo. La Iglesia saluda su reaparición en la liturgia, después de haberse privado de él durante el adviento, con alborozados repiques de campana; la segunda misa al despuntar la aurora que conmemoraba la adoración de los pastores, primicia de Israel y la tercera en pleno día conmemoraba la adoración de los magos, primicia de los gentiles y su manifestación a todo el mundo.
El uso de las tres misas debió empezar en Roma durante el siglo V pues en el siguiente ya aludía a él el papa San Gregorio el Magno. Desde entonces, todos los sacerdotes pueden celebrar ese día tres misas; pero los fieles tan sólo pueden comulgar una vez y satisfacen el precepto asistiendo a cualquiera de ellas.
En la Edad Media, después de la Misa del Gallo y antes de Laudes se representaba en muchas iglesias el Oficio de los Pastores, que era una representación escénica el nacimiento del Niño Jesús.   
Nuestro hermano Miguel Ángel Moreno Almenara
recreó este Nacimiento del Niño Dios en nuestra Casa-Hermandad
en el año 2013.
¡PUREZA JUNTO A PUREZA!
 
Durante la octava de Navidad, el día 27 de diciembre, la Iglesia recuerda a San Juan Evangelista, quien tuvo la inmensa dicha de ser el discípulo más amado por Jesús, su nombre significa “Dios es Misericordioso”, era nativo de Galilea e hijo de Zebedeo, escribió el cuarto Evangelio, el libro del Apocalipsis y algunas Epístolas; se encontraba remendando las redes a la orilla del lago de Genesaret, junto a su hermano Santiago “el Mayor” y sus compañeros Simón y Andrés cuando el Señor pasó cerca de ellos y les ofreció hacer de ellos “pescadores de almas”.
También durante la octava el misal señala, en clara relación con el nacimiento de Jesús, para el 28 de diciembre la conmemoración del martirio de los Santos Inocentes cuya sangre fue derramada a causa del rechazo y la animadversión del rey Herodes hacia Jesús, en este día la Iglesia en señal de duelo usa los ornamentos morados y suprime en la misa el gloria, el aleluya y el ite missa est.
A lo largo de los siglos y en todo momento la octava de Navidad ha sido de extraordinario regocijo y además de conmemorar la Matanza de los Santos Inocentes la Iglesia también conmemora, el domingo dentro de la octava, la fiesta de la Sagrada Familia, en la que se celebra el santo núcleo familiar en el que “Jesús crecía en sabiduría, edad y gracia ante Dios y los hombres” (Lc 2, 52); finalizaba ésta el 1 de enero con alusiones especiales en la liturgia a la maternidad de la Santísima Virgen María; pero no era día de fiesta, por el contrario si lo era en el ámbito pagano que celebraba en ese día al dios Jano, la Iglesia en desagravio de estas fiestas paganas de año nuevo prescribió, primero preces públicas de penitencia, y luego contrapuso la fiesta de la Circuncisión del Niño Jesús al octavo día de su nacimiento (Lc 2, 21), este acontecimiento es señal de la inserción de Cristo en la descendencia de Abraham, en el pueblo de la Alianza, de su sometimiento a la Ley y de su consagración al culto de Israel en el que participará durante toda su vida; para finalmente aunar en un mismo oficio y festividad las tres conmemoraciones: el de la Octava de Navidad, el de la Maternidad de María y el de la Circuncisión, que es la que con carácter preceptivo celebramos hoy día para santificar con ella la entrada del nuevo año civil.  
Misa de acción de gracias tras la bendición litúrgica
de Nuestra Señora de los Dolores y San Juan Evangelista,
en febrero de 2006.
 
Entre la Circuncisión y la Epifanía el 3 de enero la Iglesia celebra el día del Santísimo Nombre de Jesús, que significa “Dios es Salvación”. Invocado por los fieles desde comienzos de la Iglesia, comenzó a ser venerado en las celebraciones litúrgicas en el siglo XIV. Los franciscanos y entre ellos San Bernardino de Siena propagaron el culto del Nombre de Jesús. En 1530 el papa Clemente VII concedió por primera vez a la orden franciscana la celebración del Oficio del Santísimo Nombre de Jesús.
 
Santísimo Nombre de Jesús, de nuestra Cofradía
 
 El 6 de enero la Epifanía que es la manifestación de Jesús como Mesías de Israel, Hijo de Dios y Salvador del Mundo (Mt 2, 1-11). La Epifanía celebra la adoración de Jesús por unos “magos” venidos de oriente. En estos “magos” representantes de religiones paganas de pueblos vecinos, el evangelio de las primicias de la naciones que acogen, por la Encarnación, la buena nueva de la salvación. La llegada de los magos a Jerusalén para “rendir homenaje al Rey de los Judíos” muestra que buscan en Israel, a la luz mesiánica de la estrella de David, al que será el rey de la naciones, su venida significa que los gentiles no pueden descubrir a Jesús y adorarle como Hijo de Dios y Salvador del Mundo sino volviéndose hacia los judíos y recibiendo de ellos su promesa mesiánica tal como está contenida en el Antiguo Testamento.
Visita del heraldo real a la Casa-Hermandad de nuestra Cofradía,
CASA-PILATO, decana entre las casas de hermandad de Andújar.
 
El domingo dentro de la octava de la Epifanía la iglesia conmemora el Bautismo de Jesús en el rio Jordán. En este misterio contemplamos la primera manifestación pública de Jesús ya adulto. Los relatos de la vida de Jesús señalan su bautismo como la inauguración de su vida pública y además es la gran teofanía  o manifestación de Dios en que por primera vez se revela el misterio de la Trinidad. Las tres divinas personas se hacen  presentes: El Hijo en la persona de Jesús; el Espíritu Santo en forma de paloma que se posa suavemente sobre su cabeza; el padre mediante la voz de lo alto: “Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto, en quien me complazco” (Mt 3, 13-17), que proclama la filiación divina de Jesús y lo acredita como su enviado. 
"Bautismo de Cristo", realizado por maese Luis Aldehuela Gómez
que se encuentra en la capilla bautismal del templo parroquial
de San Bartolomé Apóstol, de Andújar (Jaén).

Nuestra Señora de los Dolores junto a San Juan Evangelista
en el Baptisterio de nuestra sede canónica, dispuestos para recibir
la veneración de su cuadrilla costalera en la primera "igualá" del año 2013.
 
Bautismo de Jesús, bautismo de los cristianos; no se trata de simple agua natural se trata de un agua que lleva dentro el fuego del Espíritu Santo, que nos transfigura haciéndonos Hijos de Dios.
 
Al reflexionar sobre el Bautismo de Jesús, comprendemos mejor que aquel Niño que contemplamos en Belén y que fue presentado ante los pueblos por medio de una estrella, ha de ejercer una misión en nombre de Dios, y que sobre el reposa toda la confianza del Padre y toda la fuerza del Espíritu Santo. Más aún, si en Navidad contemplamos al Verbo Encarnado, ahora se manifiesta todo Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Dios se implica en la historia de la humanidad.