Maudilio Moreno Almenara
En Andújar existieron en el siglo XVII dos arrabales
o barrios principales fuera del recinto amurallado: el de San Bartolomé, que
fue el primero y que surgió en torno a su iglesia parroquial, y el de San
Lázaro, después denominado de Capuchinos, que nació en torno al antiguo camino
real[1] y que
a su paso por la ciudad recibió el nombre de Corredera de San Lázaro o de
Capuchinos, como en el otro extremo subsiste la Corredera de San Bartolomé. Si
bien es cierto que el origen de este arrabal de San Lázaro estuvo en dos
templos religiosos: la ermita de San Lázaro y la de San Roque, no cabe duda que
la construcción del convento de Capuchinos sobre esta última fue la que le otorgó
su personalidad definitiva. En esta primera fotografía vemos una calle
amplísima, que en realidad era el antiguo camino real que comunicaba Madrid con
Sevilla, y al fondo, actuando como tapón urbano de este camino principal, el
convento. Junto a él la Puerta de Madrid o Arco de Capuchinos, construido por
el rey Carlos III.
Era el arrabal de Capuchinos un espacio marcado por
el tránsito, de ahí nombres tan característicos como la calle y altozano
mesones, ya que en ella estaban los lugares donde los constantes viajeros que
circulaban por este barrio sin entrar en la ciudad amurallada, hacían parada
para comer. También era un espacio dominado por las huertas, para abasto tanto
de la ciudad como de los viajeros. Nada que ver con el resto de la población.
Era éste pues, el barrio de entrada a la ciudad, el
espacio que acogía y daba servicio a los forasteros y en el que también vivían
personas de diferentes razas que no tenían cabida en la propia ciudad, como
evidencias nombres del callejero como Gitanos o calle de los Negros, etc. Otros
nombres como la calle notarios,[2]
ballesteros, etc. nos remiten a la ubicación en estas calles de los gremios
medievales y que alcanzaron a sobrevivir en la época moderna. La calle nueva,
llamada así por ser de relativa reciente creación, marcaba el límite del barrio
por el sureste, al igual que el antiguo convento de Trinitarios y el
desamortizado de San Eufrasio también suponía otro límite urbano por el
nordeste. El resto eran huertas, salvo el espacio ocupado por el caserío que
circundaba el camino, que realmente no era sino una alineación de casas en
torno a la vía de tránsito principal hasta conectar con el antiguo convento de
Capuchinos.
El templo capuchino aún se conserva aunque muy
transformado, especialmente desgraciada ha sido su última reforma, impropia de
estos tiempos en los que priman la recuperación de edificios históricos. El
espíritu franciscano, y sobre todo el capuchino, casi minimalista, fue el rasgo
principal de su antigua fisonomía. La fachada, muy sencilla pero con el gracejo
propio del barroco, contaba[3] con
una espadaña de doble cuerpo y un alero muy de estilo cordobés, por la
simulación en ladrillo de los merlones dentados de la mezquita. El frente,
presidido por su portada rematada por ventanal central, está enmarcada por los
escudos de los patronos de la construcción, perteneciente a la familia Pérez de
Vargas y Serrano. La fachada, hoy, picada y pintada en blanco, tuvo en su día
una simulación de despiece en piedra que seguro le proporcionó una policromía
muy atractiva en tonos anaranjados y amarillos.
Todo ello, debido a su posición en un lugar de
transición entre la ciudad y el campo, se complementó con una arboleda, que
configuró un agradable paseo hacia los ruedos de la ciudad. No existían por
aquel entonces barriadas como las de la Virgen de la Cabeza, Plaza de Toros,
San Eufrasio y menos aún “el Polígono”. Toda esta expansión urbana se produjo
tras la Guerra Civil de 1936. Antes de la contienda, áreas como la barriada de
la Virgen de la Cabeza eran conocidas como la Huerta de Maroto.
No cabe duda que esta imagen proporcionó una estampa
fresca y muy atractiva para el paseo, muy alejada de su posterior devenir
urbanístico. A los años 70 del pasado siglo llegó la iglesia ya con una
impronta muy distinta, empeorada sin duda, fría y distante del aire barroco que
tuvo antaño. Ya aparecía acosado este templo casi campestre por la presión
urbana, se había dispuesto, delante de la fachada un antiestético pórtico,
además de antenas de televisión y se había encalado toda la fachada polícroma.
Igualmente se había perdido casi toda la antigua tapia almenada con su portón
moldurado rematado con frontón. Un auténtico sacrificio a los “locos años
sesenta”. En este decrépito estado, duro y desprovisto ya de su anterior
estética, tan matizada por el verde frescor y la sombra, de algo tan intrínseco
a un convento de transición entre lo urbano y lo rural, llegó el templo
capuchino a nuestra niñez. Ese aire tan tradicionalmente cordobés, dejó paso a
la modernidad, al mismo tiempo que se renovaban los vehículos que transitaban
por la vía que le había visto crecer.
Posteriormente se demolió la espadaña, según José
Domínguez Cubero único probable resto de la anterior ermita de San Roque
(DOMÍNGUEZ, 1985, 115). Más desafortunadas aún fueron las actuaciones en el
interior. Existe una fotografía anterior a la Guerra Civil en la que se observa
que la cúpula estaba decorada con pinturas, hoy ya perdidas o cubiertas.
Asimismo, se aprecia el retablo mayor, decorado con pinturas que se conservaron
tras la contienda, en concreto hasta la gran reforma realizada entre finales de
la década de los sesenta y comienzos de los setenta del pasado siglo, cuando
fueron vendidas.
Fue comentario del barrio la venta de estos cuadros
y la posterior renovación de todo el interior, pero no pasó de ahí. Fue
sustituido el retablo del presbiterio por una gran figura de medio relieve de
nuestro afamado escultor González Orea, proporcionando ya la estética deseada
por algunos párrocos que al parecer denostaban la impronta de los presbiterios
en los que habían rezado ellos, sus padres y sus abuelos. Otros templos, como
el medieval de San Bartolomé, tampoco se libraron de ornar sus presbiterios con
obras del prolífico escultor, en un contraste, que no solo chirría, es que daña
la vista de cualquier persona con la mínima sensibilidad artística.
Independientemente de su valía, que no cuestionamos, no parece que sean estos
vetustos espacios el marco adecuado para su obra, tan personal y contemporánea.
Como podemos observar en esta vieja fotografía
presidía aún el altar mayor la antigua imagen de la Divina Pastora, con su
camarín y unas gradas centrales. El retablo se ve que estaba conformado
mayoritariamente por lienzos dedicados a la Santísima Virgen. Remataban dos
escudos enmarcando un gran cuadro con Cristo Crucificado. Este retablo se hizo
poco después de mediado el siglo XVII (PALOMINO, 2003, 258). El pintor Antonio
Palomino dijo que su colega profesional Antonio García Reinoso, al que se
atribuye la bóveda de la sacristía de San Miguel: “Hizo un gran cuadro para
la iglesia de los padres capuchinos de la ciudad de Andújar, que ocupa todo el
testero de la capilla mayor, con un gran pedazo de gloria, donde está la
Santísima Trinidad, Santa María, nuestro padre San Francisco, San Ildefonso, y
el glorioso patriarca San José, todo acompañado de ángeles y serafines. Y en la
parte inferior San Miguel, San Jorge armados, y en medio un gallardo tarjetón,
donde están las armas de los patronos, que cierto es un bellísimo cuadro, y que
habiéndolo visto Sebastián Martínez y fray Manuel de Molina (ambos grandes
pintores) lo celebraron mucho” (DOMÍNGUEZ, 1985, 115). Este cuadro debió
ser eliminado del retablo cuando se trajo la antigua imagen de la Divina
Pastora y se hizo su camarín, pasando posiblemente a otras dependencias de la
iglesia. Ello nos invita a pensar que todo el conjunto pictórico lo hizo este
afamado pintor cordobés.
En una fotografía de los años sesenta del pasado
siglo aún se apreciaba el antiguo retablo con sus pinturas, sin duda de gran
calidad como se advierte en la instantánea. Otro expolio más que no cabe
atribuir a la Guerra Civil.
En cuanto a las cofradías que existían en la
parroquia, fueron que sepamos dos: la de la Virgen de los Dolores,[4] que
tuvo una imagen particular donada por el testamento de Dª Catalina de Lara en
el año 1805 (PALOMINO, 2003, 263) y la excelsa Pastora de las Almas, que vemos
aquí en una fotografía que creemos tomada desde el interior de la puerta
principal de la capilla de las Trinitarias, hoy cegada.
Ambas cofradías subsisten en la actualidad aunque
con imágenes distintas a las de fundación, pues fueron destruidas en la Guerra
Civil.
El convento ya llegó mermado en su contenido al
siglo XX. En el archivo de la Real Academia de San Fernando de Madrid se
conserva el inventario de cuadros que se hizo de dicho convento con motivo de
la desamortización de 1835. En él se mencionan los siguientes:
“En el convto de Capuchinos.
Entrada en el claustro
Un Cuadro grande con Sn. Fco y la
muerte.
En el Claustro
Veinte cuadros de la vida de Sn Franco
En la Yglesia
Un cuadro con Sn Cristobal
Otro id. de la Purísima Concepción
Otro id. del Benerable Binis
Otro. id. del Beato fundador
Otro id. de Sn Ramon
Otro id. de Sta. Catalina
Otros dos id. de la orden
Coro alto
Tres cuadros de la vida de la Virgen[5]
Todos estos cuadros fueron retirados del convento hacia
1841 con el objetivo de que conformasen el Museo Provincial de Jaén, aunque la
realidad es que la mayoría nunca llegaron. Llamamos la atención sobre los
veinte cuadros del claustro, que fueron de gran formato y compusieron una serie
completa, es decir, fueron realizados por un mismo pintor, versando todo el
ciclo sobre la vida de San Francisco de Asís. Muchos de estos cuadros retirados
de conventos de la provincia desaparecieron con el tiempo en manos de
particulares u otras instituciones. Sin embargo, sí que se conservan aún dos
cuadros de gran formato de la vida de San Francisco en el Museo Provincial de
Jaén, que se consideran parte de un ciclo mayor, y cuya procedencia
consideramos es este convento de Capuchinos. Nos referimos al cuadro titulado
tentaciones de San Francisco:
Y el del ángel músico con San Francisco.
Ambos lienzos se deben al
pintor cordobés Antonio María Monroy, y son de la segunda mitad del siglo
XVIII. Existe otro registro de veintiún cuadros de la vida de San Francisco,
del convento de los carmelitas de Úbeda (EISMAN, 1990, 144). Nos parece una
anotación extraña, puesto que este ciclo no es propio de los carmelitas. Y
favorece la opinión de que estos dos cuadros de escuela cordobesa encajen mejor
con el convento de capuchinos de Andújar el hecho de que, cuanto menos, los
merlones de su fachada remitan a su mezquita-catedral y el trabajo efectuado
por Reinoso, que aprendió su oficio en la provincia de Córdoba. Para el
convento de los carmelitas de Úbeda, se sabe que trabajaron preferentemente
artistas granadinos, como José de Mora que realizó una imagen de Jesús Caído.
Igualmente se conserva una
novena de la Venerable Orden Tercera Capuchina del año 1893, que demuestra que
no sólo existió esta Orden Tercera en la iglesia de San Francisco de Asís, cuyo
origen está en el siglo XVII, sino que también hubo otra, al menos desde el
siglo XIX en los Capuchinos. Posiblemente desapareciese poco después de que los
padres de San Vicente de Paúl se hiciesen cargo del antiguo convento
franciscano, aunque nada concreto sabemos al respecto.
Un hecho curioso es que el abuelo
del religioso terciario capuchino Pablo Martínez Rojas fue hermano de la
Cofradía de la Santa Vera Cruz. Su nombre Bernardino Martínez Gómez, que estuvo
en la Junta de Gobierno de la Cofradía a partir del año 1868 hasta que alcanzó
el cargo de Hermano Mayor, suponemos que ya casi anciano, en el año 1892. El
religioso Pablo Martínez Rojas tomó el nombre de Fray Bernardino de Andújar y
profesó a partir del año 1915 en la Congregación de Religiosos Terciarios
Capuchinos de Nuestra Señora de los Dolores.
Nació en Andújar el 28 de enero de 1879 y fue fusilado en Valencia en el
año 1936, cuando contaba con 57 años. Fue beatificado por el papa Juan Pablo II
el 11 de marzo de 2001. Era un gran devoto de San Francisco y de la Virgen de
los Dolores, el amor hacia esta advocación seguro que la aprendió de su abuelo,
pudiendo participar en la estación de penitencia de nuestra cofradía durante su
niñez (su abuelo fue hermano mayor cuando él tenía 13 años). Fue a esta imagen
a la que seguro rezó y aprendió a amar en el antiguo convento de San Francisco.
Tanto, como para consagrar su vida a Cristo y a su Santísima Madre.
Como hemos podido comprobar la Historia de este
convento, en el que vivieron un tiempo tanto Fray Isidoro de Sevilla como Fray
Diego de Cádiz es riquísima como hemos visto, una muestra más de la honda
huella franciscana de Andújar.
BIBLIOGRAFÍA.
DOMÍNGUEZ
CUBERO, J. (1985): Monumentalidad religiosa de Andújar en la Modernidad,
Jaén.
EISMAN LASAGA,
C. (1990): “La desamortización de los conventos en la provincia de Jaén durante
el periodo revolucionario”, Boletín del Instituto de Estudios Giennenses nº
142, 129-146
PALOMINO LEÓN,
J. (2003): Ermitas, Capillas y Oratorios de Andújar y su término, Jaén.
[1] El Camino Real es la base
de trazado de la posterior Carretera Nacional IV, hoy Autovía de Andalucía.
Hasta finales del siglo pasado, en que se hizo la variante, todo el tráfico
rodado de este eje arterial de Andalucía pasaba por la actual Corredera de
Capuchinos. Quienes hemos nacido en esta calle sabemos de sobra de esta
circunstancia y de todo lo que suponía para la ciudad, tanto a nivel positivo
(ventas, tiendas de recuerdos, restaurantes, etc.), como negativo (peligro para
los habitantes del barrio, ruido, tráfico constante, etc.).
[2] La calle 22 de Julio actual
era la antigua calle de la Audiencia, porque en ella se encontraban la
audiencia, es decir el edificio judicial de Andújar. En sus proximidades, es
lógico por tanto, que existiese la calle notarios.
[3] Fotografías Archivo General
de la Administración, andujar historica blogspot.com, Jesús A. Palomino León...
[4] Esta imagen con el tiempo
sirvió para fundar la cofradía que hoy persevera con el grupo escultórico de la
Oración en el Huerto, aunque antes de la Guerra Civil este pasaje de la Pasión
conformaba una de las escuadras de la Cofradía de la Humildad de las Mínimas.
[5] Archivo de la Real
Academia de San Fernando de Madrid, 48- 7/2.
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